El diablo en los números

El 23 de septiembre de 1999 la sonda Mars Climate Orbiter debía entrar en órbita marciana. Se pasó de frenada, porque los ingenieros se hicieron un lío con los números. Pusieron millas por kilómetros y la nave se esfumó en la tenue atmósfera.

El diablo está en los números, que todo lo abarcan para confundir a los hombres. El Universo cabe en una matriz numérica de n dimensiones (no osaré dar valor a n; eso queda para físicos expertos en la teoría de cuerdas), porque todo puede ser definido por su valor numérico. Otra cosa son las definiciones. Tengo en casa un futuro matemático que me hace sentir escalofríos cuando para definir una recta empieza diciendo que «es la curva que...». La geometría fractal, no euclidiana, pone imagen a la idea del «Universo curvo».

El pasado jueves se esperaba el informe oficial de la última pifia marciana. La de la gigantesca sonda rusa Phobos-Grunt, que no fue capaz de encender los motores para salir de viaje. Algunos elementos de la agencia espacial soviética (digo rusa, perdón...) han jugado a rescatar la Guerra Fría echándole la culpa a «un sabotaje americano», mediante un radar ultrapotente. El informe se aplaza a mañana y lo único claro es que a la sonda le falló su guardián de los números. El ordenador.

Cuando falla la máquina de calcular que llamamos digital (el término digital viene de dedo, pero se refiere a dígito como número; en francés se ve más claro: numèrique) los resultados pueden ser desastrosos. Y ocurre en momentos críticos. La expedición Mars Curiosity, que vuela en estos momentos hacia Marte, no está utilizando el novedoso sistema de navegación previsto, el Star Tracker, basado en tomar imágenes de las estrellas para comparar con su base de datos y establecer de forma autónoma y precisa su propia posición.

Resulta que el ordenador de abordo sufrió un rebote imprevisto, cuya causa no se ha podido determinar ni reproducir. La NASA ha optado por la prudencia y está utilizando el plan B: «un modo pseudo-celestial», en palabras del ingeniero Fernando Abilleira del JPL de Pasadena. El método combina la información del sensor de la posición del Sol con los datos recibidos por las estaciones de seguimiento (Doppler) para estimar la orientación del vehículo.

La NASA no teme por «la salud» de Curiosity, pero no se arriesga a otro imprevisible reinicio del ordenador: la llegada a destino en el cráter Gale depende de la precisión absoluta en cálculos de último segundo, «siete minutos de terror» para posarse sin conexión con la Tierra.

Por eso los matemáticos se convierten en el tegumento que envuelve cualquier trabajo científico multidisciplinar de una cierta entidad. Y por eso, cuando se oye que Alemania necesita urgentemente decenas de miles de ingenieros, una voz autorizada añade «...y matemáticos».